Las caras de Angola



En este post, para variar, voy a dejar de rajar de Angola y su gobierno, para hablar un poco del país, de la tierra. Es decir, va a ser un post turístico, sobre lo que yo estoy pudiendo conocer.

Angola vista por los angoleños
 
Es un país diverso, que se parece un poco a España en cuanto que la costa es baja -evidentemente, está a nivel del mar- y al viajar hacia el interior, en unos kilómetros se produce un salto para pasar a la meseta del interior de Angola. Desde ahí comienza el suave descenso hacia el centro de África.

La línea que pasa desde Luanda, hacia Benguela y sigue a Namibe, tres ciudades costeras de norte a sur, es de alguna forma un continuo. Toda la costa es seca más o menos, pero Luanda es más tropical, Benguela es lo que llaman aquí la poeira (polvareda) y Namibe es un gran desierto. 

Acantilados desde Caotinha, costa de Benguela
 
Por hablar un poco de los usos y costumbres del lugar, digamos que mi viaje de Benguela a Namibe fue bastante folclórico. Yo estaba empeñada en ir en autobús, para conocer en el camino la famosa "Sierra da Leiva", entre Lubango y Namibe. Pero aquí me dijeron que qué autocarro ni que niño muerto; me iban a conseguir una boleia (osea, que alguien de la que va, te lleva) en avión. El plan era lo que en España viene a ser el primo Manolo, que está haciendo la mili, y comenta que van a hacer el viaje, que si eso, te acercan. A mí, y otras 50 y pico personas, que tenían algún tipo de enchufe en el ejército. Así que ahí me vi, sentada en el suelo de un avión encima de mi maleta (lo del cinturón de seguridad son chorradas), rezando para no aparecer en el telediario del día siguiente después de estrellarnos por el exceso de peso. Y siendo la única -junto con los pilotos rusos- que no encontraba aquello muy gracioso.

Folclore de Namibe
 
Digamos que la vuelta a Luanda fue lo mismo, aunque haciendo parada en Benguela para dejar a parte de la gente. Sí, en plan autobús. Lo que viene siendo de Namibe, vi poco más que la playa de la ciudad, y el aeropuerto militar donde tuvimos que montar un campamento gitano durante 6 horas para conseguir otro avión de vuelta. En fin, historias de esas que hacen que Angola supere mis referentes de país-pandereta (los otros dos son España y México, claro. Pero Angola gana).

El siguiente viaje, ya en coche, fue desde Luanda a Malange. Esto sí que me encantó, es una maravilla. Ese ascenso del que hablaba, hacia el interior del continente hace de Kwanza Norte, región de lluvias, una tierra roja, montañosa y de vegetación tupida. En el ascenso aparecen numerosas aldeas de campesinos, ya que es una tierra agrícola muy fértil.

Kwanza Norte

Y ya en la meseta angoleña, está Malange. La ciudad de Malange no tiene nada de especial (como la mayoría de las ciudades de aquí) salvo que está llena de árboles cargados de mangos y aguacates, por todas partes. Además, en esta provincia está la que dicen que es una de las  mayores maravillas de Angola, las quedas (cataratas) de Kalandula. 


Quedas de Kalandula, Malange

Además de las quedas estoy disfrutando mucho de esta visita, porque nos estamos adentrando a fondo en la Angola más rural. Numerosas aldeas de campesinos, que durante la guerra, con la huída general a las ciudades quedaron vacías, pero que ahora se intentan repoblar.

Aldeias no mato de Malange

 Vuelta a Luanda, al caos más absoluto y el calor aplastante.  Y para celebrar la última noche en Angola, una visita al mausoleo de Agostinho Neto, el padre de la patria. Me fascina este monumento (en su día ya escribí sobre él) porque yo creo que el gobierno aquí ha matado lo que le quedaba de nostalgia por el comunismo. Tremendamente épico y surreal. Y de aquí, a comer pescado grillado con Juanrra, antiguo compañero de Berlín, para hacerme a la idea de la vuelta al frio.

Mausoleo de Agostinho Neto, Luanda

Comentarios